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miércoles, 23 de octubre de 2024


En estos últimos meses, además de disfrutar de un verano largo y caluroso, pulir y poner a punto esta novela, cuya portada encabeza esta publicación, ha acaparado buena parte de mi tiempo. Ahora, aunque todavía estará camino de la imprenta, creo que ha llegado el momento de darla a conocer, de anunciaros que pronto verá la luz.
    Aunque su gestación comenzó como una novela histórica, el proyecto fue enriqueciéndose, adquiriendo rasgos propios de la narrativa de aventuras, e impregnándose en lo fantástico, en lo exotérico, en lo mágico y en lo profundamente religioso, sin faltar el erotismo y llegando también a incorporar elementos de la novela negra. El resultado es la narración de una historia, enmarcada en la España de las postrimerías del siglo XII y el primer tercio del XIII, en la que los personajes se debaten en continuos conflictos, embargados por emociones y sentimientos encontrados, debatiéndose entre el amor y el rencor, la lealtad y la traición, la alegría y la tristeza, la esperanza y la desazón, la risa y el llanto... Y abren así sus entrañas y muestran su humanidad enredados en una trama intrigante.
    La narración se desarrolla en torno a la figura del último rey privativo del Reino de León, don Alfonso IX. Y trata de ser fiel a los acontecimientos históricos, aunque con las licencias precisas que requiere la ficción, ya que no es una biografía, ni un ensayo, sino una novela, nada más y nada menos.
    Pero Gladius  Iusticie no es solo una novela de reyes y nobles caballeros, en sus páginas podréis encontrar extraordinarios personajes femeninos, mujeres de espíritu libre, que tratan, casi siempre con éxito, ahormar su destino sometiéndolo a su voluntad. Entre ellas, merecen especial mención el de doña Leonor Plantagenet, esposa del rey de Castilla Alfonso VIII, y el de su hija la reina doña Berenguela de Castilla, además de consorte del rey don Alfonso IX de León.  "Los fuertes de mente y corazón tienen el destino en sus manos" es el lema de doña Leonor que hará propio su hija Berenguela. 
    Como anticipo de lo que encontraréis en sus páginas, a continuación transcribo el preámbulo que encontraréis al comienzo del libro:

Preámbulo

Que la vida pasa en un suspiro es algo que sabemos muy bien los viejos. Por muy larga que haya sido siempre es así. Y transcurre más veloz cuanto más intensa e interesante sea, al menos en lo que a mí respecta, que viví muy de cerca los acontecimientos más transcendentes ocurridos en el reino durante cuarenta y dos años, los que reinó con entendimiento y cordura, pero también con pasión y fe en su sagrado destino, mi rey y señor don Alfonso IX de León, quien siempre se esforzó en ser justo y defendió a los oprimidos. Durante todos esos años yo lo seguí allí donde él fuese, cada vez que él me lo pidió, siempre a su servicio, prestándole consejo, cuando él lo requería, así como mi brazo y mi espada. ¡Mi vida, si hubiese sido preciso, por él la habría dado! Él siempre luchó para acrecentar el reino más allá de sus confines, procurándoles una vida mejor a sus vasallos, una vida más justa, amparada en la fuerza de las leyes que él promulgó; siempre escuchó y atendió las quejas y anhelos de su pueblo y, además, sacó a la luz el saber y el conocimiento, hasta entonces encerrados en los claustros de la Iglesia; también asiló y les dio auxilio a todos los peregrinos del orbe que hoyaban los caminos hacia Compostela. ¡Había tanto que hacer! Sí, la tarea era ingente. Y, cuando comenzó su reinado, solo tenía diecisiete años. Los mismos que yo. Pero eso no fue un obstáculo, al contrario, ya que su juventud, su inocencia y corazón valiente fueron sus mejores armas para enfrentarse a los muchos contratiempos y enemigos, que se obstinaban en torcer su sagrado destino. Don Alfonso fue, entre todos los reyes, el más amado por su pueblo y, entre todos los hombres, el  más noble y querido por las mujeres. Pero su corazón valiente, después de tanto y tanto bregar, se cansó de latir… ¡y quedaba tanto por hacer! Entonces no solo perdí a mi rey, también perdí a un amigo, el mejor; y más tarde la esperanza de que su reino lo sobreviviese como reino independiente. Por eso ahora, después de tantos años, al amor de la lumbre, rodeado por algunos de mis hijos y mis nietos en mi castillo de Cifonte, me propongo dictar mis recuerdos, ya que no podría escribirlos, la vista cansada y la falta de pulso no me lo permiten.

            De muchos de los hechos que voy a narrar fui testigo, a veces protagonista, y de otros tuve noticia por boca de personas de mi confianza que los vivieron.   Rememorar las muchas hazañas y aventuras que viví junto a don Alfonso será como volver a vivirlas de nuevo, lástima que no podré torcer los renglones de la historia, igual que él no pudo hacerlo, aunque lo intentó con todas sus fuerzas, pero espero, al menos, conseguir que quienes lean estos textos conozcan la verdad. La verdad histórica de un reino, el de León, que sucumbió ante el de Castilla, pero no por ello perdió su esencia. Un reino habitado por pueblos nobles, que tienen grabada en el alma de sus gentes el amor por sus costumbres, por sus fueros, por sus lenguas y por sus sagradas tierras, bendecidas por Dios, aunque cansadas y exhaustas por haber dado, generosas, tantos y tantos frutos y lo mejor de sus entrañas.

             Diego Froilaz de Cifonte