Sobre
el uso de los pronombres en sus formas de acusativo y dativo
Hoy
quiero que nos ocupemos detenidamente del pronombre en sus formas de acusativo
y dativo (1). Me estoy refiriendo a los
pronombres la, le y lo, cuyo uso incorrecto
conocemos como laísmo, leísmo y loísmo.
(1).
El acusativo equivale al
objeto directo del verbo y el dativo al indirecto.
Ante todo conviene tener muy claro
qué se entiende por complemento directo
y por complemento indirecto. En la frase Pedro quiere mucho a su novia, a nadie se nos debe escapar que Pedro es el sujeto de la oración, él es
quién quiere mucho. Y es fácil ver
que su novia completa el significado
del verbo, quiere, dando sentido a la
frase. Porque si solo dijéramos Pedro
quiere mucho el mensaje estaría incompleto. Esto mismo ocurre con todos los
verbos transitivos, como querer o amar, que siempre tienen que estar
acompañados por sus complementos directos
para que los completen y les den sentido. Así pues, su novia es complemento directo
de quiere. Ambas expresiones están
unidas por una relación directa —la que se da entre la acción del verbo y la
destinataria de dicha acción—, si bien en nuestra frase aparece entre ellas la preposición a. Esto no sucede siempre, hay construcciones sintácticas con
verbos transitivos que no necesitan de esa preposición, por ejemplo Pedro ha regalado una bufanda.
Compliquemos
un poco la frase del último ejemplo, escribiendo Pedro ha regalado una bufanda a su novia. ¿Qué ha cambiado? Pues que ahora sabemos a quién le regaló una
bufanda Pedro, me diréis. Cierto, así es, ahora el mensaje contiene más
información, la frase está más completa, tiene un elemento nuevo, que es ni más
ni menos que el complemento indirecto.
Este tiene también una relación con el verbo, pero indirecta, y como su primo
el directo puede ser un nombre, un sustantivo, un sintagma o una proposición nominal
(2).
En la frase del ejemplo, la acción no recae en su novia, pero ella es la beneficiaria del hecho de que Pedro
regale una bufanda.
(2).
Sintagma:
conjunto de palabras organizadas en torno a un nombre o un sustantivo.
Proposición nominal: oración que asume
la función de un nombre.
Resumiendo:
en una construcción sintáctica, el complemento
directo es el elemento sobre el cual recae la acción del verbo, y puede ir
o no precedido por la preposición a. Mientras que el complemento indirecto
es el elemento beneficiario o víctima de la acción, y siempre va precedido de la preposición
a.
Hablemos ahora de esos pronombres
tan especiales. Si consultamos el DRAE,
podremos comprobar que lo y la, así como sus plurales los y las, tienen la forma de acusativo, es decir, la forma pronominal
que corresponde al objeto directo del verbo, siendo lo de género masculino, y la
de femenino. Y también podremos ver que le
y su plural les son las formas
pronominales del dativo, las del objeto indirecto del verbo, y que se
usan tanto para el masculino como el femenino.
Llegados hasta aquí podemos
establecer la siguiente tabla:
|
Acusativo
Complemento
directo
|
Dativo
Complemento
indirecto
|
Ejemplos
|
Singular
|
lo,
la
|
le
|
Al
abogado no lo conocí hasta el día
del juicio.
Al sastre le encargaron un traje de fiesta.
|
Plural
|
los,
las
|
les
|
Las
entradas las ha sacado tu hija
Les
enviaremos unas flores a los
amigos
|
Fuente: Las 500 dudas más frecuentes del español, Obra
publicada por el Instituto Cervantes.
Todos estos
pronombres pueden ir unidos y pospuestos al verbo. Así pues, podemos construir
oraciones tales como: Dale el libro a Juan. ¡Sigue a ese hombre,
síguelo!
Espero
que esta cuestión sobre el uso de los pronombres en sus formas de complemento
directo e indirecto haya quedado clara. Pero no tiréis cohetes, que la cosa no
es tan sencilla. En una buena parte de España, y muy especialmente en Madrid, se
está utilizando, incluso en círculos cultos, la forma pronominal de dativo, le, para referirse al acusativo, es
decir, se emplea le en lugar de lo, cosa que sin duda es un leísmo. No obstante, la Real Academia
de la Lengua considera admisible esa costumbre, aunque solo para el
masculino singular de persona. Pero
como una cosa lleva a la otra, ya es frecuente que lo usen también para el
femenino y para el plural. Podéis comprobar este fenómeno con solo abrir
cualquiera de los diarios madrileños, viendo la TV
o alguna película extranjera doblada en España. Esto no sucede en bastantes
países americanos de habla hispana, ni en buena parte de las regiones españolas.
Veamos cómo emplean dichos pronombres diferentes autores:
Don
Leonardo Meléndez debe seis mil duros a Segundo Segura, el limpia. El limpia,
que es un grullo, que es igual que un grullo raquítico y entumecido, estuvo
ahorrando durante un montón de años para después prestárselo todo a don Leonardo. Le
está bien empleado lo que le pasa. Don Leonardo es un punto que
vive del sable y de planear negocios que después nunca salen. No es que salgan mal, no; es que, simplemente,
no salen, ni bien ni mal. Don Leonardo lleva unas corbatas muy lucidas y se da
fijador en el pelo, un fijador muy perfumado que huele desde lejos. Tiene aires
de gran señor y un aplomo inmenso, un aplomo de hombre muy corrido. A mí no me
parece que la haya corrido demasiado, pero la verdad es que sus ademanes son
los de un hombre a quién nunca faltaron cinco duros en la cartera. A los
acreedores los trata a patadas y los
acreedores le sonríen y le miran
con aprecio, por lo menos por fuera. No faltó quien pensara meterlo en el juzgado y empapelarlo, pero el caso es que hasta ahora
nadie había roto el fuego…
Camilo
José Cela
Fragmento
de La Colmena
Don Camilo, como sabréis, fue
gallego —de Padrón, como los pimientos—. Por eso no es extraño que su texto se
ajuste con mucha exactitud a la norma en cuanto al uso de pronombres con
función de acusativo o de dativo. En el fragmento solo hay un leísmo, le miran (lo he señalado con rojo).
¡Anda! —exclamaréis—, ¿y le sonríen
no lo es? No, no lo es porque el verbo sonreír
es intransitivo, mientras que mirar
es transitivo. Yo me pregunto si fue un despiste del autor. Aunque puede ser
que lo colara a propósito. Sí, veréis, en toda obra narrativa quién narra no es
el autor, no. ¿Pues quién sino?, me preguntareis. Quién narra es la voz del
narrador, que es el alter ego detrás del que se esconde el autor, como lo hace
quién maneja un muñeco de guiñol. La novela se desarrolla en un café de Madrid
durante la posguerra civil, y quien cuenta la historia es un narrador testigo. Es
como si él estuviera en el café sentado en un velador observando todo lo que
allí acontece. No hubiera chirriado en absoluto si en La Colmena nos hubiéramos encontrado con leísmos, de los admitidos
por la RAE,
porque entonces podríamos pensar que el narrador es un madrileño, que como tal
lo concibió el autor. Evidentemente no fue el caso. Al narrador pudiera ser originario
de cualquiera de las regiones no contaminadas por leísmo, pero que llevara
viviendo bastante tiempo en la capital, el suficiente para empezarse a
contagiar.
Veamos ahora otro fragmento plagado
de leísmos:
… Al rato, como no
ocurre nada, el guardián se aleja. Su ausencia adensa el aire de la cripta en
torno a sus tres habitantes: el viejo y la pareja. El tiempo se desliza…
Quiebra ese aire un hombre joven, acercándose al viejo:
—¡Por
fin, padre! Vámonos. Siento haberle tenido
esperando, pero ese director…
El
viejo le mira: «¡Pobre chico! Siempre con prisa,
siempre disculpándose… ¡Y pensar que es hijo mío!»
—Un
momento… ¿Qué es eso?
—¿Eso?
Los esposos. Un sarcófago etrusco.
—¿Sarcófago?
¿Una caja para muertos?
—Sí…
Pero vámonos.
—¿Les enterraban ahí dentro? ¿En eso como un diván?
—Un
triclinio. Los etruscos comían tendidos, como en Roma. Y no les enterraban, propiamente. Depositaban los
sarcófagos en una cripta cerrada, pintada por dentro como una casa.
—¿Cómo
el panteón de los marqueses Malfarti, allá en Roccasera?
—Lo
mismo… Pero Andrea se lo explicará mejor. Yo no soy arqueólogo.
—¿Tu
mujer?.. Bueno, le preguntaré.
El hijo mira a su
padre con asombro. «¿Tanto interés tiene?» Vuelve a consultar el reloj.
—Milán
queda lejos, padre… Por favor.
El viejo se alza
lentamente del banco, sin apartar los ojos de la pareja.
—¡Les enterraban comiendo! —murmura admirado… Al fin, a
regañadientes, sigue a su hijo.
José Luis San Pedro
Fragmento
de La sonrisa etrusca
En
este corto fragmento podréis contar cinco leísmos en total, los he marcado con
rojo. Dos son admitidos por la RAE, y tres no admitidos. Para el acusativo es
admisible la forma pronominal le, pero no su plural, les. ¿Qué razones pueden
justificar tal inflación de leísmos? Como la mayor parte del fragmento es un
diálogo, podríais pensar que los personajes hablan así, pero ellos son
italianos, el viejo es un campesino de Calabria y el joven, su hijo, un hombre
con estudios universitarios que vive en Milán. Además, el narrador también
comete un leísmo, aunque admisible. Yo me inclino por pensar que esos leísmos son
aportación del autor, que a través de ellos se ve al viejo profesor tras sus
muñecos de guiñol. José Luis San Pedro nació en 1917 y vivió hasta los trece
años en Tánger. Pasó la guerra civil en
Cataluña como soldado del ejército republicano. Terminada la guerra tuvo que
cumplir el servicio militar en Melilla (probablemente durante tres años). Finalmente,
desde 1941vivió en Madrid hasta su muerte en 2013 a la edad de 96 años. En 1944
casó con una madrileña, que lo acompañó hasta el fin de sus días. En
definitiva, que por su trayectoria vital fue tan madrileño como el que más.
El primer leísmo, “Siento haberle tenido esperando”, es un caso
especial que se conoce como leísmo de
cortesía. Cuando el trato es el de usted, es una costumbre social muy
extendida usar le en lugar de lo o la. Por esto debemos de considerarlo admisible. Este leísmo
podríamos encontrarlo en textos de autores que no practiquen otros tipos de
leísmo.
Veamos ahora un texto del arequipeño y
premio Nobel Vargas Llosa:
El teniente Gamboa salió
de la oficina del coronel, hizo una venia al civil, aguardó unos instantes el
ascensor y, como tardaba, se dirigió hacia la escalera: bajó las gradas de dos
en dos. En el patio, comprobó que la mañana había aclarado: el cielo lucía
limpio, en el horizonte se divisaban unas nubes blancas, inmóviles sobre la
superficie del mar que destellaba. Fue a paso rápido hasta las cuadras del
quinto año y entró a la secretaría. El capitán Garrido estaba en su escritorio,
crispado como un puerco espín. Gambo lo
saludó desde la puerta.
—¿Y? —dijo el capitán,
incorporándose de un salto.
—El coronel me encarga decirle que borre del registro el parte que
pasé, mi capitán.
El rostro del capitán se relajó
y sus ojos, hasta entonces desabridos, sonrieron con alivio.
—Claro —dijo, dando un golpe en
la mesa—. Ni siquiera lo inscribí en
el registro. Ya sabía. ¿Qué pasó, Gamboa?
—El cadete retira la
denuncia, mi capitán. El coronel ha roto el parte. El asunto debe ser olvidado;
quiero decir lo del presunto
asesinato, mi capitán. Respecto a lo
otro, el coronel ordena que se ajuste a la disciplina.
—¿Más? —dijo el capitán, riendo abiertamente—.
Venga, Gamboa. Mire.
Le
extendió un alto de papeles repleto de cifras y de nombres.
— ¿Ve usted? En tres días, más
papeles que en todo el mes pasado. Sesenta consignados, casi la tercera parte
del año, fíjese bien. El coronel puede estar tranquilo, vamos a poner en vereda
a todo el mundo. En cuanto a los exámenes, ya se tomaron las precauciones
debidas. Los guardaré yo mismo en mi
cuarto, hasta el momento de la prueba; que vengan a buscarlos si se atreven. He doblado las imaginarias y las rondas. Los
suboficiales pedirán parte cada hora. Habrá revista de prendas dos veces por
semana y lo mismo de armamento. ¿Cree que van a seguir haciendo gracias?
—Espero que no, mi capitán.
—¿quién tenía razón? —preguntó
el capitán, a boca de jarro, con una expresión de triunfo—. ¿Usted o yo?
—Era mi obligación —dijo Gamboa.
—Usted tiene un empacho de
reglamentos —dijo el capitán—. No lo
critico, Gamboa, pero en la vida hay que ser práctico. A veces, es preferible
olvidarse del reglamento y valerse solo del sentido común.
—Yo creo en los reglamentos
—dijo Gamboa—. Le voy a confesar una
cosa. Me los sé de memoria. Y sepa que no me arrepiento de nada.
Mario
Vargas Llosa
Fragmento
de La ciudad y los perros
No
veréis ni un solo leísmo en el anterior fragmento. Ni siquiera el de cortesía.
Observad que el capitán le dice al teniente: No lo critico (a usted),
Gamboa.
Finalmente, leamos dos fragmentos de Laura
Esquivel, escritora mexicana de éxito en los Estados Unidos.
Fragmento 1
Tita venía del huerto
cargando la fruta sobre su falda pues había olvidado la canasta. Traía recogida
la falda cuando entró y cuál no sería su sorpresa al toparse con Pedro en la
cocina. […] En cuanto Nacha lo vio
entrar a la cocina salió, casi corriendo, pretextando ir por apazote para los
frijoles. Tita, de la sorpresa, dejó caer algunos chabacanos sobre el piso.
Pedro rápidamente corrió a ayudarla
a recogerlos. Y al inclinarse pudo
ver una parte de las piernas de Tita que quedaban al descubierto.
Tita, tratando de evitar que
Pedro mirara, dejó caer su falda.
Al hacerlo, el resto de los chabacanos rodaron sobre la cabeza de Pedro.
—Perdóneme, Pedro. ¿Lo lastimé?
—No tanto como yo la he lastimado, déjeme decirle que mi propósito…
—No le he pedido ninguna explicación.
—Es necesario que me permita
dirigirle unas palabras…
—Una vez lo hice y resultaron
una mentira, no quiero escucharlo
más…
Y diciendo esto, Tita salió
rápidamente de la cocina, […].
Fragmento 2
Estas y otras muchas
remembranzas parecidas la tuvieron
ocupada durante la ceremonia, haciéndola
lucir una apacible sonrisa de gata complacida, hasta que a la hora de los
abrazos tuvo que felicitar a su hermana. Pedro, que estaba junto a ella, le dijo a Tita:
—¿Y a mí no me va a felicitar?
—Sí, cómo no. Que sea muy feliz.
Pedro, abrazándola más cerca de lo que las normas sociales permiten, aprovechó la única oportunidad
que tenía de poder decirle a Tita
algo al oído.
—Estoy seguro de que así será,
pues logré con esta boda lo que
tanto anhelaba: estar cerca de usted, la mujer que verdaderamente amo…
Las palabras que Pedro acababa
de pronunciar fueron para Tita como refrescante brisa que enciende los restos
de carbón a punto de apagarse. […] Mamá Elena se acercó a Tita y le preguntó:
—¿Qué fue lo que Pedro te dijo?
—Nada, Mami.
—A mí no me engañas, cuando tú
vas, yo ya fui y vine, así que no te hagas la mosquita muerta. Pobre de ti si
te vuelvo a ver cerca de Pedro.
Después de estas amenazantes
palabras de Mamá Elena, Tita procuró estar lo
más alejada de Pedro que pudo. Lo
que le fue imposible fue borrar de
su rostro una franca sonrisa de satisfacción. Desde ese momento, la boda tuvo
para ella otro significado.
Ya no le molestó para nada ver como
Pedro y Rosaura iban de mesa en mesa brindando con los invitados, ni verlos bailar el vals, ni verlos, más tarde partir el pastel. Ahora
sabía que era cierto: Pedro la amaba.
Se moría porque terminara el banquete para correr al lado de Nacha a contarle todo. […]
Laura
Esquibel
Fragmentos
de Como agua para chocolate
En general, no se encuentran leísmos en los
textos de Laura Esquibel. Y, como Vargas Llosa, ella no practica el leísmo de
cortesía (—Perdóneme, Pedro. ¿Lo lastimé?). Sin embargo, en el último
párrafo del segundo fragmento hay un leísmo, Ya no le molestó para nada ver como Pedro y Rosaura iban de mesa
en mesa… Se trata de un tipo de leísmo admitido y catalogado en la Nueva gramática de la lengua española (NGLE), el que se puede emplear cuando el
verbo es de afección psíquica.
Para complicar aún más este asunto
del leísmo, la Nueva gramática de la
lengua española (NGLE) se hace eco de una
práctica, bastante extendida, que se da con cierta frecuencia aún en zonas
geográficas no leístas, y que consiste en adoptar formas leístas cuando el
verbo pueda combinarse indistintamente con complemento directo o indirecto. La NGLE
ha agrupado a los verbos que permiten esa posibilidad así:
1.
Los verbos creer, obedecer, escuchar y
ayudar.
Ejemplo:
. Diremos A la madre no la escuchan, si consideramos a la madre complemento directo, es
decir, si sobre ella recae la acción de no escuchar. Sin embargo, parece claro
que la madre no es escuchada, y que por ello podría ser la damnificada por esa
omisión, es decir, el complemento indirecto. En tal caso, podríamos decir A la madre no le escuchan.
2.
El verbo llamar cuando va acompañado de un
complemento predicativo (de algo que se dice de una persona, animal o cosa).
Ejemplo:
.
Los llaman locos. O bien Les llaman locos.
3.
Verbos de afección psíquica, como aburrir,
agradar, cansar, fascinar, impresionar, molestar,
preocupar, etc.
Ejemplos:
.
Los niños la molestan
o bien Los niños le molestan.
.
Cuando habla la aburre o
bien Cuando habla le aburre.
4.
Los verbos usados como impersonales
reflejos.
Ejemplos:
.
A Ana se la ve preocupada o bien A Ana se le ve preocupada.
.
A Carlos no se lo avisó o bien A Carlos no se le avisó.
5.
Verbos de influencia —los que inducen
comportamientos—, como animar, autorizar, convencer, obligar, incitar, forzar,
etc.
Ejemplos:
.
La invitaron a salir de la sala o
también Le invitaran a salir de la sala.
.
Las animó a probar nuevas vías o
también Les animó a probar nuevas vías.
6.
Los verbos atender y telefonear.
Ejemplos:
.
La mujer pidió que la atendieran o
también La mujer pidió que le atendieran.
.
Yo la telefonearé o también Yo le
telefonearé.
Después de la lectura de los fragmentos de
esos cuatro autores y de mis comentarios sobre ellos, espero que os hayáis
formado una idea de la extensión geográfica que pueda tener el fenómeno del leísmo.
Ahora, la elección es vuestra.
Vosotros debéis decidir si en vuestro estilo cabe el leísmo o no. Pero tener en
cuenta que vuestros personajes y voces narrativas pueden adoptarlo, ya que en
ocasiones lo puede exigir su correcta caracterización: No habla igual un
carnicero del madrileño mercado de La Cebada que un catedrático de la
Universidad de Salamanca.
Toméis la decisión que toméis,
hacedlo con conocimiento de causa, sabiendo que solo es admisible el leísmo de
persona, nunca de cosa; de ninguna manera es correcto decir cosas como Este libro le compré en Cervantes.
Y por favor, acordaros siempre de las primeras líneas de Crónica de una muerte anunciada de García Márquez:
El día
en que lo iban a matar,
Santiago Nasar se levantó a las 5.30 de la mañana para esperar el buque en que
llagaba el obispo.
A mí me parece que
ese pronombre, en su forma de acusativo puro, es mucho más sonoro y rotundo que
su alternativa leísta. Comparad:
El día en que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5.30 de la
mañana
El
día en que le iban a matar,
Santiago Nasar se levantó a las 5.30 de la mañana
Leed en voz alta y
reflexionad.
Bibliografía: Las 500 dudas más frecuentes del español
de Florentino Paredes, Salvador Álvaro y Luna Paredes para el Instituto Cervantes.
José María Sanchez-Bustos