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sábado, 25 de marzo de 2023

La raya de Portugal

 


La Raya de Portugal

(La frontera del subdesarrollo)

Han pasado ya cuarenta y nueve años desde que ley este magnífico libro, que todavía conservo en mis estanterías. Muchos años. Y las cosas han cambiado mucho, no cabe duda, pero no siempre en la dirección deseada.

    El libro, en mi opinión, es un alegato, muy bien documentado por cierto, del estado de subdesarrollo en que la dictadura dejó todos los territorios fronterizos con Portugal. A continuación, para que os hagáis una idea aproximada de su contenido, os transcribo sus primeras líneas:

Un médico que lleva muchos años ejerciendo en la región de las Hurdes me dijo una frase que se me quedó grabada, con la que quisiera comenzar este relato de mi viaje por “la frontera del subdesarrollo”. Me contaba que una noche, hace trece o catorce años, un vecino de la alquería llamada de Ovejuela, dependiente del municipio de Pino Franqueado, donde entonces residía el médico, fue a visitarlo para que acudiera a atender a una mujer que había sufrido un aborto y tenía una fuerte hemorragia. Ordenó el doctor que aparejaran su caballería y, a la luz de un farol de petróleo, se aventuró por el sendero del monte que conducía al poblado. Hacía frecuentemente por entonces parecidas excursiones nocturnas para visitar a sus enfermos de las alquerías, pero recordaba particularmente aquel viaje a Ovejuela. “Era —me decía— la época en que se veían pasar los sputniks, y, como la noche era clara, yo iba contemplando, mientras avanzaba por el sendero a lomos de la mula, la lucecita del satélite en su órbita alrededor de la tierra.” Y resumía su situación en aquel momento y la situación de toda la región de las Hurdes, añadiendo con ironía: “El satélite había pasado ya tres veces sobre mi cabeza y yo no había llegado a Ovejuela.

    Desde entonces, ya lo creo, las cosas han cambiado: ya no hay allí mujeres jóvenes que puedan dar a luz, ni abortar tampoco, claro. Sin duda, como se dice ahora, Las Hurdes es una región menguante, como también lo son los territorios fronterizos desde Tuy-Braga hasta Ayamonte–Vila Real de Santo Antonio, pasando por Coria – Castelo Branco. 

viernes, 17 de marzo de 2023

Las faenas hay que acabarlas como se empiezan

 

Las faenas hay que acabarlas como se empiezan

En estos tiempos en los que todo vale, será bueno recordar la lección de coherencia e integridad ética que, durante una feria de abril en la Real Maestranza sevillana, dio Santiago Martín, El Viti, al intentar terminar su magistral faena, cuajada de arte y torería, como la había empezado.

Sin lugar a duda, crítica y público señalaron su faena como la mejor de la feria. Pero el maestro, finalmente, no pudo conseguir el trofeo, quiso ser consecuente con su arte. Una faena como la que acababa de ejecutar no podía concluir de cualquier manera. La muerte del toro a estoque, suerte en la que El Viti siempre ha sido un maestro consumado, tenía que estar a la altura de las series de verónicas y pases de muleta con los que había enfervorizado al público. Así que decidió ejecutar la suerte suprema sin que esta desmereciera ser el colofón de su excelsa faena. Era preciso acabarla como había comenzado. Así que decidió rematar de una forma sorprendente: estoquear recibiendo, es decir, esperando la embestida del toro a pie firme, algo extremadamente arriesgado y de resultado incierto. Lo intentó, pero el toro no ayudó con una embestida clara. Lo volvió a intentar varias veces, hasta que recibió un aviso de la presidencia y tuvo que terminar de un modo deslucido.

A mi modo de ver, en aquella ocasión, El Viti nos dio una lección de vida, intentando a toda costa ser consecuente con sus principios y su afán de superación. No importa el ámbito de concreción en el que impartió su lección: una corrida de toros, con las que muchos están en contra. Lo verdaderamente importante es la idea, la sublimación del hecho concreto que podríamos expresar en una frase: Termina tu tarea sin traicionar los principios que la impulsaron, sin defraudar a todos los que creyeron en ti. Proponerse hacerlo así, aún a riesgo de no conseguirlo, honra a todas las personas que lo intentan.

Espero que estas líneas susciten reflexiones provechosas. Gracias por el tiempo dedicado a leerlas.     

                  


sábado, 11 de marzo de 2023

La frase y la oración

 


En general, frase y oración se consideran sinónimas. Sin embargo, podríamos hacer una pequeña distinción: para que exista oración es necesaria la presencia de un verbo; por lo tanto, todas las oraciones son frases, pero no todas las frases son oraciones.

            Veamos lo que dice el DRAE al respecto:

Oración: Palabra o conjunto de palabras con que se expresa un sentido gramatical completo.

Frase: Conjunto de palabras que basta para formar sentido, especialmente cuando no llega a constituir oración.

Para que comprendáis mejor la diferencia os pongo algunos ejemplos:

. ¿Os importa bajar la música?

Se trata de un conjunto de palabras con sentido gramatical completo. En él se distinguen claramente los componentes de la oración: sujeto, verbo y complemento. Es por tanto una oración, aunque, eso sí, tenga forma interrogativa.

. ¡Esa música!

Tiene sentido. Se entiende a la perfección su intencionalidad: protestar porque la música tan alta molesta. Pero carece de estructura gramatical completa, no hay verbos, carece de ese sentido del que habla el DRAE.

. Toc, toc, toc.

Esta onomatopeya, ciertamente, es una frase. Con ella podemos indicar que alguien está llamando a la puerta.

    Una vez hecha y aclarada la distinción, os diré que en el habla cotidiana se utiliza más la palabra frase. Fuera del discurso técnico,  no debe considerarse imprecisión emplearla por oración, ya que usar un término u otro no oscurece el mensaje. 

lunes, 6 de marzo de 2023

El Sahara, la real politik y la Historia






                                         

Señor presidente del Gobierno de España, como a muchos españoles, me ha sorprendido la intencionada filtración de la carta que usted le escribió al rey de Marruecos, aunque, más que sorprendido, la noticia me dejó traumatizado, completamente noqueado emocionalmente. Y no es para menos, porque ese cambio con relación a la posición de España respecto al Sahara, y que el ministro de exteriores, como si fuese un trilero, dice que no es un cambio, afecta emocionalmente a muchos de nuestros compatriotas, ya que para ellos los saharauis no son una abstracción, personas lejanas y desconocidas, sino que tienen un nombre, una cara, un cuerpo y un acento concretos, pues han convivido estrechamente con ellos. Las miradas y risas de aquellos niños, hoy hombres y mujeres, aún están frescas en las retinas y oídos de las buenas gentes de España que los acogieron cada verano en el seno de sus familias, como hijos, como hermanos. Otros, aunque no tuvimos la suerte de disfrutar de su presencia en nuestras casas, todavía arrastramos la parte alícuota de vergüenza por la dejación del Estado Español de sus obligaciones, expresadas por la ONU, abandonando a toda una población, con DNI y pasaporte español, en manos de Mauritania y Marruecos, situándose en una posición ambigua. ¡Vergonzoso! No sé si somos muchos quienes hemos sufrido este impacto emocional, aunque podría ser que fuésemos una inmensa mayoría, sobre todo si se diese una sincera y exhaustiva información sobre la cuestión saharaui, cosa que dudo mucho que usted vaya a hacer, dada su natural tendencia a lo que se ha dado en llamar “real politik”, esa mierda que deja al margen los sentimientos de los pueblos. Pero le dejo una pregunta en el aire: ¿Es posible escribir la Historia sin sentimientos y emociones? Muchos, como Galdós, pensamos que no, en su ausencia la Historia pierde humanidad, esencia, quedando vacía e inútil.

                                                                            José María Sanchez-Bustos           

La ballena y yo


 

No hace mucho que leí una publicación sobre la existencia de una ballena que no es como las demás pues no tiene familia, ni pertenece a un grupo, nunca tuvo un compañero, y surca el océano sin que sus llamadas y su llanto incesante sean respondidos,  es la ballena más solitaria del mundo. La causa de su soledad está en que  la frecuencia de su voz es muy superior a la de sus congéneres.

La noticia me impactó, y no pude por menos de preguntarme cómo sería la vida de ese cetáceo. Seguramente debió ser muy feliz en su época de lactante, en contacto con su madre y acompañada por otras muchas ballenas, hasta que su dificultad en la comunicación hizo que se perdiera en la inmensidad de los mares, y comenzase, infructuosamente, una búsqueda angustiosa.

Creo que no soportaría vivir así, sin comunicación ni contacto con mis semejantes. Y pienso que  mi identidad, mi yo, lo que soy, radica en ser percibido y sentido por los demás, mediante esa comunicación y ese contacto, físico y mental, que tanto necesito para ser yo mismo. Y viceversa. Así esa interrelación conforma una red en la que me siento integrado y a la que me siento atado por lazos más o menos firmes: afectivos, profesionales, sociales, etc.

Si yo estuviese tan solo como esa ballena, la más solitaria del mundo, a la que supongo indagando y no encontrando respuestas, solo las de estar segura de que no es el plancton que la alimenta, ni las aguas frías en las que nada, ni el aire que resopla, únicas realidades que siente desde hace tanto y tanto, y si solo tuviese un vago recuerdo de mi infancia, esa patria siempre añorada, quizá yo también, como ella, buscaría a mis semejantes con desesperación. Y al encontrarlos ellos, igual que un espejo devuelve mi imagen, reflejarían muchos aspectos de mi identidad, reaccionando ante mis acciones. Así: si al conversar con mi amigo yo provocase su risa, me sentiría gracioso, y si un auditorio me escuchase con muchísimo interés y me aplaudiera largo y fuerte al final, me sentiría admirado y orgulloso de mí mismo, o si mi mujer me mira embelesada y me besa arrobada, me sentiré amado, deseado y, seguramente, feliz. Y si  por el contrario mi amigo pone cara de vinagre, oigo que entre la audiencia cuchichean, veo que más de uno bosteza y si, para colmo, mi mujer ni me mira, entonces no me cabrá duda de que soy un plasta, un insustancial, y me sentiré desgraciado.       

Pero si, a pesar de mi búsqueda incesante, no encontrase a nadie, condenado a una eterna soledad, me preguntaría una y mil veces quién soy yo, sin poder darme respuestas. Entonces, quizá me zambulliría en la oscuridad de mi interior, donde me temo que, probablemente, solo encontraría el caos, y aterrado volvería a emerger para seguir buscando y buscando a mis congéneres hasta quedar varado en alguna playa, donde me quedaría a pleno sol, hasta que mis pulmones se aplastasen bajo mi propio peso, o hasta que algunos rivereños viniesen a auxiliarme, intentando reflotarme. Mi enorme corazón saltaría entonces ebrio de alegría.

José María Sanchez-Bustos