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martes, 11 de febrero de 2025


                                                            Monasterio de Montserrat

¿Qué nos está pasando?

Siempre percibí Barcelona como una ciudad amable y encantadora, en la que nunca me sentí un extraño, fuese cual fuese el motivo de mi viaje: algunas veces por trabajo y otras por mero disfrute o atendiendo a relaciones familiares y de amistad. He disfrutado de paseos por Las Ramblas y de la contemplación de la fantástica arquitectura modernista de la ciudad, además de la grata conversación con su gente, catalanes de pura cepa que llevan escritos en su DNI apellidos tan sonados como Subirats o Doménech, por ejemplo, y llevan nombres tales como Neus, Agustí, Eduard o Mercè, excelentes personas todas con las que en alguna ocasión compartí mesa y mantel, abriéndoles así el lugar donde guardo celosamente mis afectos. Durante años les felicité en Navidad y en el Año Nuevo, también en sus cumpleaños. Siempre me contestaban y me devolvían con creces mis buenos deseos. Eran relaciones que resistían y no se resquebrajaban, a pesar del tiempo y la distancia, pero algunas de ellas de pronto se interrumpieron sin motivo aparente. Fue a raíz de ese fenómeno político-sociológico al que llamaron El Procés. Nunca he podido comprender qué pudo llevar a esas personas a excluirme de su entorno, si nunca cuestioné sus sentimientos ni ideales, si siempre fui respetuoso con sus opiniones y nunca traté de polemizar con ellas, por lo que estoy convencido de que no ha habido un motivo personal del que yo pueda ser responsable.

            Por si alguien quisiese responder, dejo una pregunta en el aire: ¿Qué fue, pues, lo que pasó?

            Yo no lo sé, aunque sí puedo suponer, en el sentido que este verbo tiene de establecer hipótesis, y supondré, basándome en lo que han mostrado los partidos catalanistas, que estos tienen, pese a quién pese y cueste lo que cueste, la firme e irrevocable determinación de lograr la independencia de Cataluña. Objetivo que requerirá para ser alcanzado de una firme actitud beligerante de una mayoría suficiente de la ciudadanía catalana. Los estrategas de Junts y Esquerra son conscientes de ello, estoy seguro, y supongo que habrán trabajado con tesón para influenciar en el pensamiento colectivo catalán. Esto, en mi opinión, podría explicar qué fue lo que pasó.

            Pero no me quedaré ahí, tengo otra pregunta que me inquieta: ¿Qué nos está pasando?

            Pasa, y no supongo ni establezco hipótesis, sino que afirmo, que, en esta democracia imperfecta (partitocracia), los ciudadanos contamos menos que un cero a la izquierda. Para los dirigentes políticos, sean del signo que sean, la ciudadanía solo es el granero de votos del que sacar la cuota de legitimidad necesaria para conseguir el poder. Y con ese fin no dudan en urdir fábulas con las que seducir a los votantes, mienten, prometen lo que saben que no podrán cumplir, pactan con quién sea, aunque a muchos de sus votantes les repugne, actitudes todas ellas comunes a todas las formaciones políticas sin excepción. Esto es lo que hay, frase lacónica que sirve de espita para que no explote la olla. Esperemos que resista, aunque sea de milagro, porque la olla es España, un país que alberga al menos cuatro naciones, entendidas tal y como las describe el diccionario de la RAE en su 3ª acepción para la palabra nación: Conjunto de personas de un mismo origen y que generalmente hablan un mismo idioma y tienen una tradición común.


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